No necesito de nadie para ser feliz

Te voy a contar una historia… una en la que aprendí que no necesito de nadie para ser feliz.  Pasó hace algún tiempo ya… era una noche de lluvia, una noche en la que las gotas caían de forma torrencial sobre la ciudad. Desde el balcón de mi apartamento, observaba con asombro el espectáculo que se desarrollaba ante mis ojos. Los truenos sonaban tan fuertes, así como los relámpagos iluminaban el cielo como destellos de magia.

La tormenta nos envolvía por completo. Mientras me encontraba allí, empecé a revivir una habilidad que había aprendido en mi niñez: contar los segundos entre el destello y el estruendo para estimar la distancia de la tormenta. «Un Mississippi, dos Mississippi…» ¿El resultado?, los rayos practicamente caían sobre nuestras cabezas!

Mi esposo estaba a mi lado, y no pude evitar compartir con él mi anhelo de correr bajo la lluvia, como solía hacer de niña. Aunque me animó a hacerlo, me detuve, pensando que quizás ya era demasiado adulta para «jugar bajo la lluvia». En su lugar, decidí cerrar los ojos y visualizarlo, utilizando una técnica que suelo emplear en mis sesiones de coaching.

De repente, me vi transportada a mi infancia, en el patio de nuestra casa, con tan solo cinco o seis años de edad. Cada detalle del lugar estaba vívidamente presente ante mí, incluso aquellos que habían caído en el olvido, como una pequeña trampa en el suelo que habría enviado a cualquiera al hospital con unos cuantos puntos de sutura.

La lluvia que visualizaba era casi la que caía en ese momento en la ciudad, me di cuenta que era una de esas ocasiones en la que me aventuraba a «jugar bajo la lluvia». Me encontré frente a mi yo de cinco años, observándola detenidamente (me referiré a mi yo de 5, en tercera persona para mayor claridad). Estaba allí, en ropa interior, descalza, con el cabello empapado, sus chorros le llegaban por debajo de los hombros y se mezclaban con el agua de la lluvia. Saltaba y danzaba con los brazos alzados sobre su cabeza. La observaba como a alguien ajeno a mí, pero, en un giro extraño, podía sentir el agua en mis propios pies y en mi propio cuerpo.

El suelo del patio era resbaladizo debido a que mi padre solía reparar motores allí, por lo que reviví la sensación en mis pies de deslizarse por el suelo, entonces… sentí la urgencia de advertirle a mi yo de cinco años sobre el peligro, pero alguien se me adelantó: mi madre, que desde la puerta de la cocina le gritaba (mi madre había fallecido recientemente, por lo que verla fue conmovedor), pidiéndole que se detuviera, que era peligroso.

Entonces lo entendí, esto no era producto de mi imaginación, estaba reviviendo un momento real de mi infancia, voltee a ver la reacción de mi yo de cinco años… y me sorprendió que no prestó atención a las palabras de mi madre… en realidad supe que ella no le interesaba ni sus palabras (de mi madre) o las de nadie más porque tenía la absoluta certeza de que nada malo le sucedería, confiaba en sí misma.

Era extraño, porque podía escuchar las voces que resonaban en su pequeña cabeza, frases como «¡Eres imparable! ¡Eres invencible!». Esa voz en su interior era su cómplice, la fuerza que la impulsaba, la fuente de su confianza y seguridad. Aquella niña creía que «¡el mundo era una canica!» y, por lo tanto, no conocía límites. Ella simplemente era feliz.

En ese instante, lágrimas brotaron en mis mejillas. Me di cuenta de que había vuelto a conectarme con esa niña. Explicarlo con palabras resulta complicado. ¡Fue liberador! Me sentía completa, plena… feliz. Descubrí que aquella niña con superpoderes, aquella que conocía su valía y lo que podía ofrecer al mundo, esa niña rubia, era en realidad YO.

Abrí los ojos y me di cuenta de que llevaba mucho tiempo sintiéndome triste, vacía e incluso agotada. Había olvidado lo maravilloso que se sentía «ser feliz» y sentirme segura, invencible: ¿por qué ya no me sentía así?

Empecé a cuestionarme…

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¿Qué había sucedido para que perdiera mi poder, y la confianza en mí misma? En un principio, pensé que era algo «normal» en la vida adulta, dado que las preocupaciones, las responsabilidades y la vida en sí misma nos cambian. Pero algo en mí sabía que no era cierto, que había algo más.

Comenzó mi viaje de introspección, un camino marcado por la autoevaluación y la observación de mis comportamientos de manera constructiva, sin juzgarme. Creé mi propio método, «CoCreAccion», que me permitió comprender que durante toda mi vida había estado canjeando mi poder, cediéndolo.

¿Cuántas veces había callado mi propia voz para ganar la aprobación o amor de mis padres, amigos, parejas o jefes? Me di cuenta que lo hice tantas veces, que ya no era posible escuchar mi propia voz.  Esa voz que me dice que NO necesito de nadie para valorarme o amarme más de lo que YO misma lo haré.

¿Cuántas veces había hecho cosas que en realidad no quería hacer para encajar en ciertos roles como hija, amiga o en relaciones de pareja o laborales? Me di cuenta que lo hice tantas veces, que lo único que estaba consiguiendo era traicionarme, dejando de ser auténtica.

¿Cuántas veces había aceptado creencias sin cuestionarlas, limitándome en el proceso? Me di cuenta que lo hice tantas veces, que lo único que buscaba era encajar en mi familia, en la escuela, en la universidad, en mis relaciones, en todo.

La clave de mi transformación

Una de las claves de mi transformación fue observarme a mí misma con amor, inocencia y curiosidad, sin juzgarme. Algo que te invito a hacer, desde hoy, a ti también.  Mi objetivo era descubrir por qué había perdido mi valor, mi confianza y mi poder, y cómo volver a recuperarlos, y a ser feliz.

Quería saber por qué tenía la necesidad de sentirme reconocida o valorada, o entender por qué buscaba compararme y esperar siempre ser mejor que otros, o por qué soportaba estar en una relación tóxica o abusiva, o querer encajar para sentir que pertenecía a algo.  Lo quería saber, porque ninguna de esas situaciones se sentía bien, y aún así, ¿por qué seguía haciéndolo?

Si todo esto no hacía más que provocarme sufrimiento, ¿por qué insistía en canjear mi valor mientras esperaba que mi padre me demuestre su amor como yo quería que lo haga, o que las parejas que tuviera sean más considerados, románticos, cariñosos, e incluso que me pidan casarme con ellos, o que mis jefes valoren todo el esfuerzo, dedicación, profesionalismo o que mis amigos hagan por mi lo que yo hacía y estaba dispuesto a hacer por ellos?

Descubrí que yo pensaba que “merecía una recompensa” por todos esos “sacrificios” que hice, por renunciar a ser yo misma y seguir las “expectativas de otros”, y por lo tanto era lógico sentirme llena de frustración, tristeza, enojo. Cuando dejaba de ser QUIEN SOY, no se sentía bien.

Un buen día lo sentí, es algo que no puedo describir con palabras, simplemente se siente, se sabe, fue cuando ME DESCUBRÍ… todo este tiempo había sido YO, YO había DECIDIDO ceder mi poder, nadie me pidió hacer nada de lo que hice y menos a cambio de…

YO me inventé una historia en mi cabeza (¡varias de hecho!), una historia en la que si yo hacía esos sacrificios sería merecedora de cariño, amor, afecto, reconocimiento.  El 70% de las veces NUNCA recibí nada de eso, así que me sentía frustrada y mi manera de desahogarme era culpar al mundo entero de mis desgracias, vivía enojada, para que lo entiendas: “¡no me aguantaba ni yo misma!”.

¿Y las otras veces, aquellas ocasiones en el que sentía que, por fin recibía cariño, amor, afecto o reconocimiento de otros? Revisé a fondo esas situaciones y me di cuenta que seguía sintiéndome vacía, no era feliz.  Me di cuenta, incluso que todo se complicaba más, porque ahora cedía más y más mi poder, hasta que prácticamente no me reconocía… se convirtió en un ciclo vicioso.

Me miraba al espejo y no me gustaba lo que veía. Tomaba decisiones basadas en los consejos de otros porque no confiaba en mi propio juicio. Empecé a justificar mis comportamientos ante los demás, para que no piensen que yo no era «buena, confiable, responsable, etc.» Lo peor era cuando me quedaba sola, porque esos momentos se convertían en oportunidades para criticarme y juzgarme, ¡uff eso era terrible!

¿Por qué soy feliz?

¿Qué es ser feliz? ¿Qué es la felicidad?

La felicidad es una sentimiento o estado de ánimo que experimenta un ser consciente cuando llega a un momento de conformación, bienestar o se han conseguido ciertos objetivos deseables para el individuo consciente.

¿Por qué sufrimos?

Sufrir hace que te sientas seguro porque es algo que conoces a la perfección. Pero en realidad, no hay razón para sufrir… Si examinas tu vida, descubrirás muchas excusas para sufrir, pero no encontrarás una buena razón para hacerlo. Lo mismo ocurre con la felicidad. La única razón por la que eres feliz es porque eliges serlo. La felicidad, igual que el sufrimiento, es una elección. (Miguel Ruiz, del libro Los 4 acuerdos)

Observarme, reconocerme y descubrirme me brindaron la clave para liberarme, para ser feliz. Me di cuenta de que YO era la persona más importante en mi vida. Sanar mi relación conmigo misma era tan urgente como respirar. Simplemente, ¡era vital!

Aprendí que YO SOY una persona que tiene el poder de CREAR infinitas posibilidades para mí, porque aprendí que solo aquello que ATRAIGO es exactamente lo que se MANIFIESTA en mi vida, y que AGRADECER es lo que me mantiene conectado a este poder.

Este poder, que yo lo llamo Divino y que tú lo puedes llamar como prefieras.  Es la fuerza que hace que el universo funcione. Es la razón por la cual el sol aparece día tras día, ofreciéndonos una nueva oportunidad para confiar en nosotros mismos.

Ese poder que redescubrí aquella noche de lluvia, cuando volví a conectar con la niña de cinco años.  Esa niña que no necesitaba nada ni nadie para ser feliz, que no necesita demostrarle nada a nadie, la niña que simplemente quería ser ella misma.

Hoy te invito a recontrarte contigo mismo… 👉🏻Hoy te invito a ser feliz.

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