En mi camino a descubrir quién realmente era yo, para dejar atrás mi necesidad de cumplir con las expectativas de los demás, fui dando pequeños avances, era como una especie de prueba y error.
Al principio me frustraba, porque no podía “leer” lo que me decía mi cuerpo, ni entendía mis emociones, y como había callado tanto mi voz, todo este tiempo como mujer complaciente, no sabía cómo volverme a escuchar, por eso te pido me acompañes porque te voy a compartir mi camino, mi proceso de redescubrimiento.
¿Quién realmente soy?
Lo primero que quisiera explicarte es que las mujeres complacientes (ojo que los hombres igual) cuando vamos conociendo gente, ya sean familia o no, cuando vamos creando relaciones que pueden ser amorosas, laborales, sea que seas jefe o subalterno, o incluso las “inofensivas” relaciones de amistad, vamos inventando una identidad, una personalidad en relación a ella.
Obviamente esa identidad o personalidad tendrá ciertos rasgos en función de la autoridad que esa persona ejerza sobre ti, o el interés que tú tengas hacia ella. En mi caso particular, para mí las relaciones con hombres, implicaban de por sí cierta autoridad. Podría ser fácil entenderse, si se tratase de algún jefe o dueño de la empresa en la que trabajas, pero yo tendía a dar esa etiqueta a mis parejas y ciertos amigos varones, así como, obviamente a mi padre.
En fin, lo relevante acá es que esa identidad o personalidad que creaba, era FALSA… ¿por qué? Porque yo amoldaba mi ser para parecerme a esa “persona” que debía ser en esa relación.
Eso se explica fácilmente, recuerda que con tal de encajar o no quedar mal, las mujeres complacientes estamos DISPUESTAS a DECIR, HACER y HASTA PENSAR lo que tu entorno quiere o necesita de nosotros, y muchas veces ni siquiera necesitan pedírnoslo, simplemente actuamos porque pensamos que lo necesitan.
Entonces yo creaba una identidad que me permitiera que esa relación “funcione”, porque mi intención positiva era únicamente “ser merecedora de amor y reconocimiento” por parte de mi entorno.
En realidad, cada identidad creada tenía la necesidad de cumplir ciertos estándares, o requerimientos.
Y es que mi entorno, podía pedirme o yo podía pensar que necesitaban, que yo haga cosas, por ejemplo, tan “pequeñas” como aceptar ir a comer a un lugar que no me gustara, como cosas más graves, aceptar trabajar sin sueldo, normalizar el trato despectivo o violento de…, cambiar la agenda/prioridad por “ayudar” a…, prestar ropa, dinero, (cualquier cosa) sin exigir su devolución.
Si hago un repaso mental de mi historia, veo relación tras relación, identidad tras identidad, me doy cuenta que siempre buscaba convertirme en la mejor empleada, la mejor hija, la mejor pareja, la mejor madre, la mejor amiga, etc. Y es que me esforzaba tanto por quedar bien con todos, con todo, todo el tiempo, que realmente puedo decirlo… lo hacía «muy bien”.
La Trampa de la Complacencia
Para mí era imposible escapar de mi propio comportamiento, porque cada cosa que hacía o decía para complacer, siempre estaba PLENAMENTE JUSTIFICADA.
En mi cabeza, SIEMPRE había una “buena razón” para hacerlo. Lo pienso, y me parece increíble que estuve 45 años poniendo las necesidades de los demás por encima de las mías. Puedes preguntarme, ¿no podías darte cuenta? Y la verdad, es que no notaba que lo hacía, porque incluso no lucía como una mujer INSEGURA o SUMISA.
Para mí, complacer, aunque no sabía que era lo hacía, era lo que TENIA o DEBIA hacer. No había otra opción. Pero eso me pasó factura, porque un día, sin saberlo, simplemente dejé de ser YO. Había creado tantas identidades, que me había perdido entre todas ellas.
Cuando me di cuenta que me había convertido en una mujer complaciente, lo primero que hice fue sanar mi relación conmigo. Me propuse reconocerme, y así fue que inicié mi proceso de redescubrimiento, ese fue mi primer salvavidas al cual aferrarme.
Mi proceso de redescubrimiento
Fue como conocer a alguien desde cero, ¿cómo se hace? Bueno en realidad es más simple de lo que pensé. Si es verdad que, en ese momento no parecía así porque tenía que dudar de todo lo que pensara, dijera o hiciera. Puede ser paralizante, empezar a dudar de ti… pero en realidad es lo que vienes haciendo todo el tiempo.
Yo me sentía tan poca cosa, tan insuficiente, tan incapaz de tomar decisiones, que lo que estaba haciendo era dudar de mí, así que me comprometí con mi proceso.
¿Confiarías en alguien que no conoces? Obvio que NO, entonces para volver a confiar en MI, empecé a reconocerme haciendo pequeñas acciones que me ayudaran a lograrlo.
Empecé a escuchar mi voz interna, me aseguraba que lo que elegía hacer, decir o pensar siempre, siempre vayan primero en función de mis necesidades, entonces eso me permitía elegir conscientemente mis acciones.
Descubrir el infierno por el que había estado, me ayudó a darme cuenta que yo era una perfecta desconocida para mí, porque había creado tantas identidades, como relaciones, que no sabía quién era yo, ni lo que quería, ni lo que me gustaba.
En el camino, empecé a cuestionarme si las cosas que me gustaban, o que yo decía que me gustaban, era así porque era cierto o porque en algún momento tomé como mío el gusto de otra persona… incluso cuestioné mi gusto por los colores, las comidas, los lugares, la música… ¡ufff!
Lo más inquietante fue mirarme al espejo y empezar a verme con mis ojos, no con los de mi entorno que me quieren o con los que yo creo que mi entorno me quiere (OJO con esto!): lacia, alta, flaca, sin canas, con o sin maquillaje, con o sin lentes… en fin, así fue como volví a aceptar mis rizos que los llevo desde casi un año.
Hoy soy una persona que está comprometida consigo misma para ser su prioridad en su vida… Todos los días elijo ser libre, según mis deseos personales, sin afectar a terceros.
Todos los días elijo decir, pensar y hacer lo que siento. Todos los días elijo hacer solo lo que se “sienta bien” y Todos los días me acepto, me elijo, me amo. Porque desde que descubrí mi infierno, me comprometí a no volver allí, entendí que es una decisión de mi día a día.
Este proceso no solo me devolvió mi verdadero ser, sino también me permitió sentirme libre y auténtica, mis relaciones han mejorado de tal manera, que las que deben estar están y las que no, solas se fueron, y eso me ha traído un bienestar emocional que quisiera que todos vivan en su día a día.
Descubrir la importancia de autoconocerse es un viaje transformador que nos lleva de vuelta a nosotros mismos. La complacencia puede ser una trampa sutil, pero al despertar a nuestra verdadera identidad, cada día se convierte en una oportunidad para elegir la libertad, para ser fieles a nosotros mismos y amarnos incondicionalmente. En este viaje, en el proceso de redescubrimiento, encontramos el poder de ser quienes realmente somos.
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