La necesidad de ser valorada

Nunca pensé que al cumplir 49 años empezaría un verdadero viaje de descubrimiento, uno que me ha llevado hasta mi vida como la conozco hoy.   Descubrir que todos estos años, me habían servido para convertirme en una mujer complaciente, y lo que eso significaba, era como digo yo, “¡too much!”.   Darme cuenta que yo era una mujer que siempre decía que sí, porque su único objetivo era esforzarme por satisfacer las necesidades de los demás, incluso antes de que me lo pidieran, fue como descubrir mi infierno.  Y fue en ese momento, que entendí que este patrón de complacencia no me permitía “decir NO” porque para en realidad, era la necesidad de ser valorada.

El motivo oculto

Mi hábito de complacer a los demás tenía un motivo oculto: mi falta de amor propio. A lo largo de los años, me había embarcado en una búsqueda incansable de amor y reconocimiento en mi entorno, que empezó a los 5 años, luego que mi papá me dijera “quítate” cuando un día me le lancé a sus brazos en busca de su amor.

Desde ese día, yo sentía que mi valía dependía de ser indispensable para los demás, de estar siempre disponible para satisfacer sus necesidades, obviamente empecé por mis padres.

Más o menos funciona así, cuando niña empiezas a complacer a tus padres con todos tus actos, haces lo que sea que está definido, en sus cabezas, y que te conviertan en “la mejor hija del mundo”.  Tus esfuerzos van en función de lo que ellos quieren, y así saciar tu necesidad de ser valorada o amada por ellos.  Si tienes suerte, como yo, ellos pensarán más o menos de forma similar, así que sus necesidades eran consistentes.

Lo que deja de ocurrir, cuando empiezan a llegar los amigos, los profesores, y vas creciendo y tu mundo se hace más grande, así como tu necesidad de complacer.

Y es que tu mundo es la suma de todas las personas que pueden ser esa fuente de amor o de reconocimiento, así que la cosa se pone grave cuando las necesidades de cada uno de tu entorno se contraponen entre sí.

Entonces las expectativas de mis padres de que yo sea una “buena hija” pueden no ser las expectativas de mis amigos de que yo sea una “buena amiga”, o de las de mis parejas de que yo sea una “buena novia” … y cuando creces se complica más porque sigues creando relaciones y sigues creando identidades que cumplan esas nuevas expectativas.  

Yo temía que, si no cumplía con estas expectativas, perdería el amor y el reconocimiento que tanto anhelaba.

La necesidad de ser valorada o amada

El peso de esta necesidad se convirtió en una carga emocional, porque sentía la obligación de ayudar, y a veces estar disponible para mi entorno, incluso cuando tenía otras responsabilidades, no tenía ganas o simplemente no me sentía bien.

Tal vez no te has dado cuenta que lo haces, o tal vez sí, y describes tu comportamiento de una forma graciosa: “tengo el sí flojo”, “soy incapaz de decir NO”.  En mi caso, yo tenía una incapacidad para decir no cuando se me solicitaba un favor, o requerían de mí, porque ni siquiera me lo cuestionaba.

Recuerdo las pocas veces que me negué a realizar un favor, aunque sabía que era lo correcto para mi bienestar, minutos después de decir el temido “NO” experimentaba una sensación de culpa.  Me sentía el ser más egoísta del mundo, porque mis necesidades y prioridades nunca jamás podrían ser más importantes que las de mi entorno.

Y esta sensación, según la situación y la persona, podría perseguirme por horas, por días y por años…

Mi última vez

Recuerdo haber prestado dinero, ropa, organizado matrimonios, fiestas, pero también recuerdo aceptar hacer cosas que iban en contra directa de mi integridad física y emocional.

Durante mis estudios en la última maestría que tomé, recuerdo que tenía un grupo fantástico de compañeros.  En cada módulo teníamos que presentar trabajos individuales o de grupo que variaban, porque nos lo daban armado, es decir no lo escogía tú.

En 2 o 3 ocasiones, mi grupo se formó con gente con la que no estaba muy relacionada, y todas al vivir en diferentes países, teníamos horarios muy difíciles para coincidir.  Los trabajos tenían poco tiempo para trabajarse, un par de días y un fin de semana. 

Así que aquella vez, todos decidimos realizar un borrador de nuestro trabajo para luego juntar las partes e ir puliéndolo para su entrega.  Pero el fin de semana que teníamos que “juntarlo”, todos habían planeado una actividad, así que yo me ofrecí a terminar el trabajo y entregarlo. 

Ni siquiera me lo pidieron, yo me ofrecí sola… y nooooo, no es un tema de ser o no responsable, en mi cabeza lo que sucede es que justifico el accionar de las otras personas y minimizo la importancia de mis planes. 

Luego, con el sacrificio que hago, espero… y casi nunca recibo nada, porque el objetivo final, es llenar tu necesidad de ser valorada o amada,

El egoísmo

El egoísmo, entendido de manera sana, no es un acto de indiferencia hacia los demás, sino un acto de amor propio.  Mientras no lo sientas en realidad, mientras no te ames y seas la persona más importante en tu vida, solo estarás “poniendo límites”, pero la sensación de ser “mala gente” no desaparecerá.

El amor propio te devuelve la posibilidad de elegir, no desde la posición de cumplir expectativas a cambio de ser amada o reconocida, sino desde el auténtico deseo de ayudar o colaborar.

Quiero ser clara, para mi ser incapaz de decir “NO” a alguien que me pide su ayuda o me pide “algo”, es en realidad proceder desde el egoísmo, porque en el fondo, yo aceptaba hacerlo solo “quedar bien” o “encajar” y no para dar una mano a alguien. 

Ahora bien, el amor propio te devuelve el discernimiento, la capacidad de analizar esa solicitud, ese pedido, ese favor… es ver más allá de complacer y entender los pros y los contras de hacerlo… Te permite, responsablemente decidir y aceptar las consecuencias de aceptar hacer algo o no.

Entendí que no puedes dar, aquello que no tienes dentro…

No te recomiendo solo «poner límites«

Comprender que mi valor no estaba ligado a ser la persona siempre disponible y complaciente fue liberador. Descubrí que al decir no, estaba diciéndome a mí misma que mis necesidades y prioridades eran igualmente importantes. Aprendí a validar mis propios sentimientos, a escucharme a mí misma.

A veces escucho a algunos colegas, que te recomiendan que DEBES “poner límites” como si hacer eso te diera un super poder, yo creo que es todo lo contrario.

Desde que yo me dediqué a investigar mis historias, esas situaciones en las que me sentí: rechazada, violentada, herida, dañada, molestada, etc. etc. y que podrían definirse como situaciones en las que era necesario “poner límites”, yo descubrí que la gente que “lo causó”, mis monstruos como les digo, solo eran mis maestros. 

Son personas que convoqué para que, inconscientemente, me enseñaran que, gracias a mi comportamiento y mi necesidad de complacer para merecer amor y reconocimiento, era yo misma la que se rechazaba, se humillaba, se mentía, se traicionaba.

Entonces simplemente si no sanas tu necesidad de complacer, “poner límites” viene a ser como ponerle una bandita a una gran herida, y tarde o temprano te va a pasar factura.  Mientras sientas que necesitas “poner límites”, lo que debes entender es que esa persona, ese monstruo, o ese maestro, como lo quieras llamar, ese al que te recomiendan ponerle límites, lo único que te está enseñando es, aquello en lo que debes trabajar de ti mismo.

No es un proceso fácil, primero debes aceptarlo, pero cuando eso ocurre y empiezas a convertir tus monstruos en maestros, es como que le vas diciendo al Universo: “ya lo veo claro…” y mágicamente ya no necesitas poner límites, nunca más.

Poner límites es creer que la responsabilidad está en el otro, que el que tiene que cambiar es el otro, que lo que otro “me hace” no debe hacerlo… Acá se me viene a la memoria Byron Katie, en su libro “Amar lo que es”, que con esta frase explica extraordinaria y tan simplemente esto: “Nuestros padres, nuestros hijos, nuestra pareja y nuestros amigos continuarán provocándonos fuertes reacciones emocionales hasta que comprendamos lo que todavía no queremos saber sobre nosotros mismos

El poder de la autoaceptación

Hoy, luego de decidir liberarme de este hábito de la complacencia, una vez que conscientemente he entendido que era mi necesidad de ser valorada o amada, puedo abrazar mi autenticidad. Al aprender a decir no sin culpa, he redescubierto la importancia de priorizarme a mí misma. Este viaje hacia el amor propio ha transformado mi vida, permitiéndome disfrutar de relaciones más auténticas.

Si estás leyendo esto y te sientes identificado, te invito a reflexionar sobre tu necesidad de ser valorada. A veces, el acto más valiente es poner fin a la búsqueda externa de validación y comenzar a mirar hacia adentro en busca de amor y reconocimiento. El viaje hacia el amor propio puede comenzar en cualquier momento de la vida, incluso a los 49 años, como yo, que  estoy aquí para decirte que vale la pena cada paso.

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