Cada una tenemos nuestra propia historia con la complacencia, yo no fui consciente de este hábito los primeros 49 años de mi vida, pero luego de identificar y cuestionarme esta necesidad, logré conectar nuevamente con mi autenticidad, y empecé a ponerme de primera en mi lista de prioridades, sin sentir culpa. Esta es la historia de Isabella, que domina el arte de complacer en todo y a todos, a su alrededor.
El Dulce Deber de Complacer
En un tranquilo rincón del mundo, Isabella descubrió su habilidad innata para hacer felices a los demás. Desde pequeña, encontró consuelo y aceptación en el acto de complacer a sus padres, convirtiéndose en la fuente de alegría para su hogar.
Creció con la creencia arraigada de que su valía estaba directamente vinculada a la felicidad que proporcionaba a los demás, así que su sonrisa se convirtió en su moneda de cambio, y cada gesto o acto para complacer, era un paso más hacia la recompensa de amor y reconocimiento.
La Danza de la Autonegación
A medida que Isabella crecía, la danza de la autonegación se volvía más compleja. Sus días estaban dedicados a satisfacer las expectativas de todos menos las suyas propias, simplemente se estaba volviendo una experta en el arte de complacer. En el trabajo, se esforzaba por ser la colega perfecta, sacrificando su tiempo y energía para complacer a sus jefes y compañeros.
Su vida personal seguía la misma coreografía, con relaciones en las que se perdía a sí misma en el deseo de hacer felices a sus seres queridos, y negar, que estaba dejando en un segundo plano sus propias necesidades y deseos, era algo normal y rutinario.
La Máscara de la Perfección
Con el tiempo, Isabella perfeccionó su máscara de la perfección, para ella cada logro era un nuevo adorno en su disfraz, y cada sonrisa era una capa más, de la fachada impecable que presentaba al mundo; sin embargo, tras esta fachada, su verdadero yo luchaba por salir a flote.
La presión de mantener una imagen perfecta la llevaba a esconder sus vulnerabilidades y temores, y aunque parecía tenerlo todo bajo control, Isabella ansiaba una conexión genuina que fuera más allá de las expectativas y los estándares autoimpuestos.
Las Risas Vacías
Con el tiempo, las risas de Isabella se volvieron más vacías, como ecos de una comedia desgastada, aunque mantenía una apariencia alegre, su corazón se volvía más pesado con cada actuación.
El arte de complacer a todos se volvía cada vez un hábito más agotador, y la desconexión entre su papel público y su verdadero ser se hacía más evidente. Las risas que compartía con los demás eran el reflejo de una lucha interna que necesitaba abordar para recuperar la autenticidad.
El Despertar del Yo Auténtico
Un día, en un momento de introspección, Isabella se enfrentó a la verdad incómoda: su búsqueda de amor externo la había alejado de su esencia más auténtica. Con valentía, comenzó su viaje de autodescubrimiento y amor propio, aprendió a decir no, a establecer límites y a abrazar sus imperfecciones.
Isabella se dio cuenta, que detrás de cada relación fallida o cada trato injusto, había un mensaje para ella. Un mensaje que le decía que no buscara afuera lo que ella misma tenía dentro, y así empezó a descubrir la verdadera fuente de amor: la aceptación de sí misma. Con cada paso, se acercaba más a una vida llena de genuinidad y conexión, liberándose de las cadenas de la complacencia para abrazar la plenitud de su yo auténtico.
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